Se siguen perpetuando los modelos de apoyo asistencial a las comunidades marginadas, de manera que éstas aceptan tácitamente los criterios institucionales sobre lo que se entiende por vivienda digna, y las instituciones evitan el arduo trabajo de comprender que la dignidad se alcanza revisando criterios de intervención colectivos desde la población, no para la población. Siete metros cuadrados por persona no lo es todo, ni es el criterio. La dignidad no se mide.
En las comunidades como ésta, en el Alto Ariari, Meta, Colombia, la vivienda digna no tiene carpintería, ni paredes pintadas, y para evitar que las goteras arruinen el colchón de los niños, se coloca una tienda de campaña. Se sigue permitiendo que el estado protector proyecte lo que le parece oportuno, y se recomienda a los damnificados que recuerden aquello de "a caballo regalado..." Eso con suerte, porque lo habitual es la ausencia de protección institucional. El estado está ausente o mira para otro lado.
La dignidad es hacer presencia.
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